19 de octubre de 2009

El amor es otra cosa.

Después de algunos años de convivencia, los intentos de asesinato son algo natural, casi diría, necesario. Por eso, cuando vi a Matilde levantar el hacha como para decapitarme, no me preocupé: saqué el revólver que tengo bajo el colchón, y disparé dos tiros al techo, como advertencia. Matilde, pálida, soltó el hacha. Arriba se escuchó un grito, y gruesos goterones de sangre empezaron a caer por el agujero que dejó la bala. Entonces, como a todo buen matrimonio, la adversidad nos unió: ella empuñó el hacha, yo el revólver, y subimos a exterminar a los testigos. Cuando subíamos las escaleras, le guiñé un ojo, como diciéndole: “podemos pelearnos, nos podemos odiar, pero el amor es otra cosa”. Ella me contestó con una sonrisa.

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